La pequeña gran historia de una fisurada labiopalatina

LA PEQUEÑA GRAN HISTORIA DE UNA FISURADA LABIOPALATINA.  Sus operaciones, su fuerza, su valentía y la lucha de unos padres. 

Mi pequeña gran historia…

Era un día normal, conducían y bromeaban por una de las grandes avenidas en el sur de Fracia, hasta que un coche les embistió brutalmente saltándose un semáforo… Tras varias pruebas y algunos reconocimientos médicos, mantuvieron a mi madre embarazada de 5 meses en una persona despreocupada por mi nacimiento. Recuerda que hacía mucho calor, recuerda la alegría de saber que llegaba su niña… El momento en el que me pusieron en sus brazos no lo olvidará jamás… Tranquilizantes, lágrimas y más lágrimas, pues no supieron diagnosticar en su momento que nacería con fisura labio-palatina y paladar hendido. Supongo que los primeros meses debieron ser los más duros de sus vidas.

En mi tercer mes, me realizaron la primera operación consistiendo en la unión de la campanilla. Posteriormente vinieron hasta 5 intervenciones más (realización de paladar de resina para que no saliera la leche por la nariz, cierre del mismo, unión del labio…).

Era muy pequeña, sin embargo, lo que más recuerdo es aquella sala de espera en el logopeda, son aquellos filetes con patatas que comía mi padre mientras a mi me alimentaban por suero…

Sobre el año 1992, emprendíamos un viaje a Granada para comenzar una nueva vida. Nunca podré agradecer a mis padres como lucharon para que me vieran médicos, cómo personas humildes removieron todo lo necesario para que me intervinieran y se acabaran los problemas.

A principios de febrero de 2000, fue mi primera operación en Granada; rinoseptoplastia abierta. De ésta recuerdo concretamente la escayola en la nariz, aquellos largos algodones que tenía dentro y me rozaban la garganta cada vez que tragaba, aquella hinchazón y derrame que me cubría las ojeras, recuerdo la sensación de respirar profundo tras su retirada.

En el año 2001 vendría otra intervención; “injerto alveolar con reconstrucción del piso nasal”, conocido vulgarmente como injerto de un huesecito de la cadera en la encía, ya que quedaba un pequeño hueco como consecuencia de la abertura de ésta. Fue aquí donde mis padres y yo conocimos a la profesional que posteriormente me haría la intervención más importante de mi vida, para la que siempre serán pocas las palabras de agradecimiento, la que puso todo su empeño y esfuerzo incesante para poder realizarla, la gran y admirable Dra. Adoración Martínez Plaza.

Tres años después, en 2004, exactamente el 18 de mayo, me sometía a la primera operación realizada en el hospital granadino sobre colocación de distractores en el maxilar superior.

Pocos fueron los días de ingreso, pero muchos los días de recuperación. Recuerdo como las dos primeras semanas mis padres me llevaban a la consulta para “atornillar” mi distractor, cada mañana a las 8 y cada tarde a la misma hora, incluidos sábados y domingos, en consulta del hospital o en consulta privada de Adoración, incluso mi odontólogo el Dr. Mario Menéndez fue de gran ayuda para aquellos largos días.

En algún rincón de mi memoria quedan aquellos momentos, en los que mis padres apretaban mi mano intentando contener las lagrimas mientras yo lloraba al sentir girar el perno que sobresalía de mi encía. Momentos en los que no era capaz de levantarme de la cama, en los que se me hacía un mundo mirarme al espejo, en los que me levantaba cada noche llorando, en los que mis hermanas me defendían ante las risas de los compañeros de colegio e intentaban animarme diciéndome que todo esto pasaría,  que tenía que ser fuerte, aquellos abrazos eternos en los que aguantaban las lágrimas o lloraban junto a mí para que no me sintiera sola en ningún caso.

Fueron probablemente los peores 5 meses de verano de toda mi vida, gracias a los cuales aprendí infinidad de cosas…

A partir del 4 de octubre del mismo año, día en el que me retiraron el aparato, y posteriormente la ortodoncia después de 4 años, me prometí a mi misma mirar hacia adelante. Supe aprender a vivir con lo nací, supe que mi problema era genético y no como consecuencia de ese accidente como a mis padres les hicieron creer en su momento,  aprendí a no rendirme jamás, a luchar por todo aquello que quieras conseguir… Aprendí que soy como cualquier persona, quizás un poco sensible, insegura… pero con las mismas oportunidades que el resto de la gente… Aprendí a ser valiente…

Varios años después, sería mi última operación quirúrgica, de nuevo rinoseptoplastia con injerto de cartílago auricular… De ésta tengo un recuerdo totalmente diferente ya que la afronte con mucha más tranquilidad al pensar que era la última vez que pasaría por esos pasillos largos y fríos en camilla contando cada luz blanca del techo antes de llegar a quirófano, que sería la última vez que esperaría en la unidad de cuidados intensivos cuando hubiera acabado…

Hoy hace un año que la Dra. Martínez Plaza me hizo un injerto de mi propia grasa para rellenar mi labio superior, y aunque no dio los resultados esperados, seguimos estando en contacto para lograr que adquiera grosor y un poco de forma.

Esta es mi pequeña historia, con la que espero transmitir toda la fuerza y el coraje posible a aquellos padres que pasen por una situación similar… Todo se consigue con persistencia, apoyo y con un buen equipo de profesionales cada vez más amplio para ayudar a que todo sea más fácil…

J. Sabatino