Esos sentimientos que al principio acompañan a una madre…

 

Nunca olvidaré la cara que puso la pediatra cuando al día siguiente de haber nacido mi hija le hizo una revisión completa. Empezó a decir palabras como fisura, paladar, operación, malformación. Palabras que a medida que las iba pronunciando me iban bajando de esa pompa en la que vives la primera vez que te conviertes en madre. Mi pequeña sólo tenía 24 horas, y yo no comprendía cómo no era perfecta si yo la veía preciosa.  Sí es verdad que no se enganchaba al pecho, que no lograba succionar bien del biberón, que no cogía peso, pero no entendía nada.

A partir de ese momento el papá y yo nos sentimos perdidos. Era fin de semana y cambio de mes en pleno verano, los especialistas de los que nos hablaban se acababan de ir de vacaciones o bien aún no habían vuelto. Queríamos información veraz. ¿Se puede enganchar al pecho? ¿Cuándo le van a cerrar su paladar?  Y sobre todo, ¿hay algo que como padres podamos hacer mientras tanto?.

Finalmente, mi familia localizó a una mamá de una niña fisurada, que por aquel entonces tenía seis años, y se tomó un café con nosotros. “Los primeros años son duros, pero creedme, yo sólo recuerdo  su fisura cuando vamos a algún médico.” Le agradeceré siempre la tranquilidad que nos dieron sus palabras, al igual que las de otro pediatra que pasó a vernos a la habitación. “Vuestra hija va a comer bien, va a hablar bien.” Y por supuesto nuestra familia que nos insistía en que “va a ser una niña feliz, los niños se adaptan a todo, ella no sabe que tiene un problema”.

Una vez informados y asumido el problema, empezamos a luchar los tres. Probamos muchísimos biberones, y más que nada tetinas. Las rajábamos. Una vez, otra. En puntos, en rayas, en forma de equis. El pecho con pezoneras de una marca, de otra. Sacaleches de un pecho, de dos. Todo para que la bebé lograra recuperar el peso del nacimiento. Pasó una semana y otra. Íbamos angustiados a la farmacia y saltábamos de alegría si había cogido unos gramos.  Y entonces empezó a remontar el peso. ¡Ya éramos un equipo!

Y llegó la fase de culpabilidad. La pequeña echaba muchísima leche por la nariz después de cada toma y a mí se me venía el mundo abajo. ¿Por qué ha nacido con la fisura si no hay antecedentes en la familia? ¿Qué he hecho mal? ¿Qué elemento externo habrá podido ser?  ¿Habrá sido aquel aceite que me eché en aquella herida? Repasaba mentalmente los sitios en los que había estado ese segundo mes de embarazo en el que se supone que se forma el paladar… Le di tantas vueltas que un día me planté y dije, hasta aquí. Comprendí que el embarazo es un proceso muy complejo en el que entran en juego muchos factores externos. Y que era una afortunada por ser mamá de esa personita tan luchadora. Con meses de vida y casi ni se inmutaba cuando a veces comiendo se le iban los trozos por la nariz.

Pero la mayor muestra de su fortaleza nos la mostró después de la intervención. La operó el gran Ricardo Fernández-Valadés en el Materno de Granada, un cirujano tan profesional como cercano. Al día siguiente de la intervención, con su boquita llena de puntos y las manos vendadas, ella intentaba sonreír y aplaudía con los puños. Con año y medio de vida esos obstáculos ya no eran nada en su camino.

 

Hoy es una niña que habla por los codos. Inquieta, curiosa y fuerte. Apenas se queja cuando se resfría o se cae. Estos peques están hechos de otra pasta.

Y sí, va al logopeda, al igual que otros niños van a pintura o a inglés. Ella se lo pasa pipa.

Y sí, como me dijo aquella madre, la mayoría de días se me olvida que tuvo el paladar abierto…

Por  cierto, sois afortunados por tener esta Asociación a la que preguntar todo lo que a otros en su momento nos costó tanto averiguar. Por estar en contacto con tantos padres que han pasado por lo mismo. Y por supuesto, por tener unos hijos maravillosos que desde el día en que nacieron, hasta hoy, nos siguen dando lecciones!!

 

Una mamá orgullosa